Hoy quiero hablarles de un concepto revolucionario, aunque paradójicamente, es tan antiguo como la infancia misma: el aburrimiento. Sí, sí, leyeron bien. Resulta que aburrirse es el trampolín secreto hacia la creatividad. ¡Cero pantallas, por favor! Menos es más, ¡mucho más!
En una época no tan lejana, los cumpleaños eran una oda a la simplicidad. No había shows espectaculares, ni camas elásticas gigantes ni castillos inflables. ¡Había cumpleaños y punto! Jugábamos con nuestros amigos, comíamos torta, tomábamos chocolate caliente y ¡chao! Si por la puerta aparecía un mago, ya era un lujo en nuestro barrio.
¡Hola, comunidad creativa!
Hoy quiero hablarles de un concepto revolucionario, aunque paradójicamente, es tan antiguo como la infancia misma: el aburrimiento. Sí, sí, leyeron bien. Resulta que aburrirse es el trampolín secreto hacia la creatividad. ¡Cero pantallas, por favor! Menos es más, ¡mucho más!
En una época no tan lejana, los cumpleaños eran una oda a la simplicidad. No había shows espectaculares, ni camas elásticas gigantes ni castillos inflables. ¡Había cumpleaños y punto! Jugábamos con nuestros amigos, comíamos torta, tomábamos chocolate caliente y ¡chao! Si por la puerta aparecía un mago, ya era un lujo en nuestro barrio.
Hoy, mamás, papás y profesores sentimos que debemos convertirnos en animadores profesionales para evitar el temido «se me va a aburrir». Pero, sorpresa, ¡no es así! No necesitamos ser trabajadores, esposas, dueñas de casa y, además, payasos de nuestros hijos. Los niños necesitan espacio para explorar y dejar volar su imaginación.
Las pantallas lo entregan todo masticado. En cambio, un buen libro despierta imágenes e ideas propias en sus mentes curiosas. Los juguetes modernos, esos que hacen ruido y brillan con solo presionar un botón, los entretienen dos minutos. ¿Y luego? Adiós interés. Ahora, tomen una caja de cartón… ¿qué ven? ¿Un castillo? ¿Un tren? ¿Un cohete? Eso es un juguete abierto, capaz de transformarse en lo que la imaginación dicte. Cerremos nuestros ojos y recordemos nuestra propia experiencia de pequeños, cuando menos era más, mucho más.
Observar a los niños es revelador. Se fascinan con las cosas más simples, y nosotros, ¿cuánto tiempo dedicamos a observarlos realmente? La invitación de hoy es a eso: observar, estar presentes, darles nuestra atención y calma.
Y aquí va mi reto: dediquemos un ratito diario a desconectar y reconectar. Salgamos a caminar, aunque sea solo una cuadra. Miremos los árboles, disfrutemos del silencio, y bajémonos de la moto de la vida moderna. Conectemos con nuestros hijos, con la naturaleza y con nosotros mismos. Con esa creatividad latente que está allí, esperando jugar y crear mil mundos.
Porque, al final del día, los niños no necesitan grandes juguetes ni aventuras extraordinarias. Solo necesitan tiempo de calidad con nosotros y un poco de aburrimiento para despertar su creatividad.
¿Te parece?
Ahora piensa lo siguiente:
Cuando eras pequeño/a, ¿cuál era tu juego preferido?…